Modelos para la transición ecosocial
Una cosa es cierta: nuestra biosfera es finita y no hay lugar para un crecimiento económico ilimitado donde los recursos y los sumideros son limitados. La escasez energética de un futuro próximo viene a avalar el principio del fin de una era económica caracterizada por la energía barata. Asimismo, el modelo vigente no puede seguir perpetuando las desigualdades sociales, especialmente vinculadas a las mujeres, para mantener este desarrollo.
Es inevitable: nuestra especie está obligada a reducir, tarde o temprano, su incidencia en el planeta. Esto se pude producir por la vía forzosa, impuesta desde arriba por la realidad de la escasez de recursos y la precarización de la vida, o a través de procesos de transición anticipados, promovidos desde abajo de forma creativa, participativa, colectiva, con criterios de equidad y adaptada a contextos locales.
Es decir, podemos empezar un «movimiento de transición» (Hopkins, 2008) planificado hacia modelos alternativos al dominante.
Para afrontar la crisis sistémica bajo dichos procesos, primeramente, hace falta superar el sesgo economicista y androcéntrico que marcó la sociedad industrial y el paradigma de la modernidad, y buscar un entendimiento integral de la economía y de las desigualdades que son producidas, marcados por cuestiones de género. Basado en la filosofía del «Buen vivir» y en los planteamientos del «Decrecimiento», el nuevo modelo debe cuestionar el ideal de desarrollo, progreso y crecimiento que venimos manejando, desplazando la mirada de los mercados a los procesos que sostienen la vida y que actualmente son invisibilizados. Es decir, necesitamos plantear una transformación que reconduzca los procesos de desestabilización ecosocial que vivimos hacia escenarios seguros y justos, donde los límites y ciclos de la naturaleza convivan con los niveles suficientes de bienestar y equidad humanos.